Símbolo es aquello (cosa tangible o intangible) que, cargado de significados, remite a otro que él mismo. Los símbolos patrios son cosas: escudo, bandera, himno, etcétera, que, desde laureles, gorros frigios, meros colores y sonidos nos remiten a otra cosa. Pero no a cualquiera, sino a eso que llamamos “patria”, cuya inasibilidad es inquietante. El símbolo la representa, pero ella, que es esquiva, puede ser lo que nos contiene, nos protege, nos da identidad y sentido de pertenencia o puede ser el lugar del miedo, de la inestabilidad, de la desprotección, de la marginalidad o de la expulsión.
Los argentinos hemos pasado por todas estas experiencias de patria, las buenas y las malas; nunca ninguna en estado puro, por supuesto. Los símbolos se cargan de contenidos diversos en diferentes momentos de la historia y/o circunstancias por las que atraviesa la patria. De ellos -de los símbolos- se puede adueñar el tirano; señalan, entonces, el tiempo y el lugar de la opresión. Pueden anunciar y acompañar la llegada del héroe civilizador, y señalan, así, la libertad. Pueden presidir el sangriento campo de batalla o la fiesta deportiva, porque todos esos lugares tan diferentes son la patria.
Dice Borges en ‘Oda’, escrita en 1966: “Nadie es la patria. Ni siquiera el jinete / Que, alto en el alba de una plaza desierta, / Rige un corcel de bronce por el tiempo, / (…) / Nadie es la patria. Ni siquiera los símbolos. / (…) Nadie es la patria, pero todos lo somos. / Arda en mi pecho y en el vuestro, incesante, / Ese límpido fuego misterioso.
Griselda Barale
Doctora en Filosofía
Doctora en Filosofía
FUENTE: www.lagaceta.com.ar